La trágica historia de un correntino que abandonó a su pareja y a su hija

Ella es sanjuanina y lo conoció en la pensión en que vivía. Se enamoró perdidamente de Rodrigo, un correntino que estudiaba música. Un año y medio después, nació la hija de ambos. Después de un llamado al alba, las cosas cambiaron. Cómo sus vidas volvieron a unirse después de casi dos décadas y el deseo de que la hija lo acepte.

Juana (42), es un nombre ficticio. Pero su historia es absolutamente real. A los 19 años ella dejó la provincia de San Juan y se instaló en Buenos Aires para estudiar. Sus padres le pagaban con esfuerzo su vida en la gran ciudad para se recibiera de abogada. Fue aquí dónde conoció al correntino Rodrigo quien estudiaba música. Vivían en la misma pensión y se enamoraron perdidamente. De este amor incondicional de juventud, y aceptado por las dos familias lejanas, nació un año y medio después Dorotea, quien hoy ya tiene 22 años.

Pero las cosas no siempre son lineales ni la felicidad se ajusta al pentagrama de la vida. Esto es lo que vivieron Juana y Rodrigo hasta volver a retomar el renglón que durante un largo impasse se les borró en su ruta compartida.

 La trágica historia de un correntino que abandonó a su pareja y a su hija

Al principio todo marchaba bien. Entre pañales y libros de estudios lograron recibirse y conseguir trabajo cada uno en lo suyo. Se ocupaban como podían de su hija y, cada tanto, descansaban en los padres de Juana que solían visitarlos. No se habían casado ni lo tenían en mente. Repetían que no necesitaban papeles para ratificar su amor. Juana adoraba la faceta musical de Rodrigo, su bohemia y su voz. Él admiraba en ella el conocimiento del mundo legal y sus razonamientos acertados. Eran personas complementarias que se querían con pasión. Cuando Dorotea empezó salita de 3 fue cuando todo su pequeño gran mundo de felicidad se derrumbó sin previo aviso.

Llevaban unos cuatro años juntos. Un llamado al alba, desde la provincia natal de Rodrigo, les informó que el papá de él estaba preso. Le imputaban haber entregado cheques falsos y había rumores de contactos suyos con el mundo del hampa. Juana estaba escandalizada: “Yo no lo conocía al papá, solo lo había visto una vez porque los padres se habían separado hacía tiempo, pero ví que Rodrigo estaba desolado. Él adoraba a su padre y no tenía hermanos por parte de él. Le pidieron que fuera a ayudar. Se sacó un pasaje en ómnibus y partió ese mismo día con un bolso para ver cómo era realmente la cosa y cómo ayudar. No podía creerlo, estaba absolutamente anonadado. A su padre le iba supuestamente muy bien, incluso nos había prestado plata, pero ahora las cosas pelaban y se había quedado sin un peso. En el departamento que alquilábamos de dos ambientes en Palermo nos quedamos Dorotea y yo, solas. Rodrigo se fue con la idea de quedarse unos quince días. Esas dos semanas llamó todos los días o casi. Pero tuvo que prolongar su estadía por temas legales, buscaba un abogado que no los matara con los honorarios. Yo de penal cero, siempre trabajé en un estudio chico y con temas de sociedades.

Las llamadas se espaciaron. Al mes y pico, un día me llamó angustiado y me avisó que le había salido un contrato para tocar música en distintos lugares y que necesitaba urgente el dinero para ayudar a su padre. No me explicó mucho más. Y una cosa llevó a la otra y de pronto cuando habían pasado dos meses y medio se cortó toda comunicación. No me atendía en ningún teléfono. Sabía que no estaba con su mamá porque era enferma mental y vivía internada en un geriátrico. Me desesperé, pero tenía mi trabajo y mi hija que me llenaban el día.. Mi mamá vino a ayudarme, y se contuvo y no me torturó con preguntas que yo no podía responder. Eso de tener un suegro preso me espantaba. No quiero pensar lo que la horrorizó a ella. Pero mamá todavía trabajaba y se tuvo que ir.

Con Rodrigo teníamos solo un par de amigos en común. Los llamé. Solo uno me respondió, el otro había cambiado de celular. Con el que hablé no me tranquilizó en absoluto. Me dijo que el padre de Rodrigo era conocido por trucho en la zona. Que si bien era muy simpático había quienes decían que podría ser un narco. Me aconsejó mantenerme apartada. ¡Ya no sabía qué pensar de Rodrigo! ¿Había convivido con un fantasma del que no sabía nada?

Me sentí una ingenua y una tonta. Hay que pensar que hace tanto años no había la fluida comunicación que podemos tener ahora. Me empecé a llenar de bronca porque el amor de mi vida me había dejado sola en la ciudad y no aparecía ni se preocupaba. Entre rabia, angustia, unas sesiones de terapia y tener que salir adelante sin ayuda, pasó el tiempo y, cuando me di cuenta, ya había conocido a un nuevo abogado joven del estudio que me invitó a salir… Me sentí libre para hacerlo, después de todo mi pareja había desaparecido sin dar noticias. ¡Como en las películas de guerra cuando los soldados se iban y nunca más la mujer sabía nada!”.

Ese abogado seductor se llamaba Diego y fue comprensivo con su historia. Se enamoró de ella y esa dedicación que puso conquistó el corazón desconfiado de Juana. Se pusieron de novios antes de que se cumpliera un año de la evaporación de Rodrigo. Dorotea ya no preguntaba por su papá, era muy chica y, al tiempo, le empezó a decir papá a Diego quien la llevaba al jardín y participaba de las reuniones de padres. Juana, sin embargo, tenía clarísimo que no sentía por Diego lo que había sentido por Rodrigo:

“No me aleteaban las mariposas en el estómago como con Rodri, ni me mataba de amor. Pero me había conquistado con su compromiso y con su lealtad. Su ternura y el buen papel de padre que hacía con Dorotea eran lo más. Así que me enfoqué en mi relación y de pronto volví a sentir estabilidad. Mi mamá y mi papá estaban contentísimos”.

Familia se arma

Al tiempo Diego, quien era porteño, y Juana ya vivían juntos y planificaban el crecimiento de una familia. Con buena capacidad de ahorro las cosas prosperaron. Cuando Dorotea estaba por entrar a primer grado pusieron fecha de casamiento. Todos felices. Nacieron al tiempo dos hijos más, dos varones, y se mudaron a Martínez. Les iba estupendamente bien. Juana no se quejaba de nada. Tenía la estabilidad que siempre había querido y su familia estaba muy contenta con su elección de Diego. Él disfrutaba viajando a San Juan y se hizo muy amigo de sus cuñados. Todo era perfecto.

Pasaron años de mucha calma y tranquilidad. Hasta que un día, para sorpresa de Juana, descubrió sin querer que Diego la engañaba. Fue de casualidad, un cruce de miradas en el mismo estudio en el que seguían trabajando juntos. Diego no sabía mentir. Jamás había pensado que él pudiera hacerle eso. Le preguntó directamente esa misma noche, mientras estaban tirados mirando un noticiero, si pasaba algo con Natalia, esa chica de la recepción aspirante a ocupar un escritorio como abogada. Le dijo que había observado un par de gestos, que no era tonta. Diego bajó la mirada y confesó con sinceridad. Apagaron la tele y conversaron. Él se retorció dando disculpas, le dijo que la amaba, que había sido una estupidez haberse permitido salir con ella. Que había sucedido solo dos veces. Pero a Juana se le descolocó todo. Para ella no era ninguna estupidez y, como ya venía golpeada con un abandono, algo profundo se rompió en su interior.

“Cuando lo encaré me dijo que sí enseguida. Que quizá se debía a la monotonía del matrimonio, que pin, que pan, pero a mí se me volvió a derrumbar el mundo que había reconstruido. Diego me aseguró que quería que siguiéramos juntos, pero a mí me resultaba difícil aceptar lo que había pasado. Por suerte la chica renunció al estudio porque todo el mundo hablaba del tema y para mí era un bochorno”.

Empezaron terapia de pareja, pero a Juana se le había roto la confianza. No podía remontarla. Le pidió que se tomaran un tiempo, que se fuera y la dejara sola por unos meses. Ya verían.

Buscar en el pasado

Fue en ese tiempo en que Diego se mudó a un departamento que daba al río, a poca distancia de su casa, que Juana decidió que quería saber qué había pasado con Rodrigo. ¿Estaría vivo? ¿Podría haberle pasado una tragedia? ¿Por qué había desaparecido de esa manera intempestiva? ¿No le debía ella a Dorotea saber la verdad de lo que podía haber pasado con su padre biológico? Si bien ella llamaba papá a Diego, en algún lado, pensaba Juana, tenía que haber dolor e intriga por su origen.

A pesar de que la separación parecía ser producto de la infidelidad de Diego, Dorotea no tomó partido por ninguno. Siguió viendo a ambos y les dejó claro que no quería chismes ni llevar y traer información de una casa a otra. Ellos los adultos deberían decidir y no buscar que nadie los apañara.

Para Juana fue difícil empezar la búsqueda de Rodrigo porque no habían tenido grandes amigos en común. Solo aquel par de conocidos a los que no había vuelto a ver. Decidió que lo buscaría por las redes. Dedicó horas y horas a rastrear su nombre, pero no encontraba nada. Hasta que tuvo una idea: se le ocurrió buscarlo con el apellido de la madre… ¡Y zás! La computadora dio un resultado y una foto apareció en la pantalla.

“Me puse a pensar que si lo del padre había sido bravo por ahí no usaba su apellido. Me cayó esa ficha y ¡era así! Se había puesto el de su mamá. Abrí la foto y era él. No había subido imágenes personales, pero tenía las redes abiertas. Me temblaban las manos cuando le mandé un mensaje por privado.

Le puse:

Quiero, queremos, saber de vos. JyD.”

Las letras volaron por Internet y Juana se dispuso a esperar a ver qué pasaba. No le había pedido permiso a su hija mayor, quien estaba por recibirse de abogada, ni le había hablado de su búsqueda. Intuía una negativa de ella. Pero avanzó igual: “Pensé que estaba haciendo bien y me mandé”, aclara.

Siempre hay un motivo

Rodrigo respondió un día después. Le mandó un teléfono para que se contactaran. Seguía viviendo en su provincia natal, pero en otro pueblo. Ya no era músico sino empleado de una compañía de productos agropecuarios. Después de un par de mensajes escritos por WhatsApp se animaron a los audios. A Juana se le aceleró el corazón. Más o menos lo que reconstruyó de la historia de Rodrigo fue así.

“Cuando lo llamaron por lo de su padre esa madrugada, él sufrió un shock psicológico. Lo quería mucho. Aunque estaba separado de su madre enferma, para él había sido siempre una persona muy cercana y en la que se había apoyado siempre. Lo adoraba. Lo visitó en la cárcel, contrató abogados y se enteró que la causa era pesada. No me acuerdo mucho cómo era la cosa, pero lo peor no era la cárcel, era que se había metido en un lío de drogas y que debía muchísima plata. Los acreedores eran delincuentes grosos que lo amenazaron con hacerlo matar en la cárcel y cuando supieron que estaba su hijo yendo a ocuparse de todo y las amenazas empezaron a incluir a Rodrigo que desesperado cortó todo contacto con nosotros. Empezó a trabajar como loco para pagar las deudas de su padre. Pero la música no daba, así que consiguió un trabajo en una empresa para obtener más ingresos. Pero esos tipos lo amenazaron varias veces. Una vez le cruzaron un auto de noche y lo apuntaron con un arma. Otra, él se estaba quedando en la casa de campo de su padre, y al volver del trabajo se encontró con unas balas calibre 38 alineadas sobre la mesa de comedor”.

Rodrigo, aterrado, cambió de número de teléfono y cortó todo contacto con su vida de Buenos Aires. “No quería que pudieran acercarse a mí o a Dorotea. Esta situación extrema duró como un año. Hasta vendió esa casa para pagar hasta el último centavo que su padre debía. La extorsión lo dejó en la calle y solo tenía su trabajo y a su madre enferma sin recursos. Rodrigo es un buenazo, no entiendo cómo pudo aguantar esa vida de espanto”, cuenta Juana.

La historia sigue: “Dice que después ya no le daba la cara para aparecer en Buenos Aires… Temía mis reproches, no tenía para pagar un colegio ni una obra social ni una cuenta de supermercado. Se sentía un inservible. Qué sé yo qué le pasó por la cabeza, pero empezó a tomar por demás. Ya no lo amenazaban, pero se había refugiado en el alcohol”.

Las charlas entre los dos se volvieron profundas y frecuentes. Rodrigo no había vuelto a formar pareja, se había inmolado por su padre que murió un tiempo después de un infarto. Pero, a pesar de todo, Rodrigo había logrado salir de su adicción al alcohol. Juana sentía emociones revueltas. No extrañaba a Diego y moría por ver a Rodrigo.

De algo estaba segura: no quería retomar su matrimonio.

Reencuentro y… ¿desaprobación filial?

Juana impulsó el divorcio y siguió charlando por mensajes cotidianos con Rodrigo. Unos meses después de firmar los papeles con su ex, Juana y Rodrigo se encontraron por primera vez. Fue en 2022 y hacía casi 18 años que no se veían. La cita fue en un café del barrio de Retiro. Se encontraron a las tres de la tarde y eran las seis y seguían hablando sin parar.

“Fue impresionante, nos vimos y los dos sentimos lo mismo que habíamos sentido cuando nos conocimos. Había pasado de todo, él ya tenía muchas canas y yo arrugas… pero la sensación era exactamente la misma. Morí de amor y él igual. Yo vivía con mis hijos, Dorotea ya vive sola. Pero esa noche estaban con su padre. Así que lo invité a casa y fue volver a vivir, volver a soñar, no quería que se fuera nunca más de mi vida. Me di cuenta de que quería morir viviendo con él”, confiesa Juana conmovida.

El tema era, y es, cómo hablar de este tema con su hija Dorotea, porque para los dos menores sería más fácil. Le confesó a Rodrigo que aquella frase que le había enviado por las redes la primera vez no había sido consensuada con Dorotea y que ella quería muchísimo a Diego y le decía papá.

“Yo sabía desde el vamos que Dorotea no iba a aprobar así no más mi reencuentro con Rodrigo. Por lo menos no al principio. Así que le propuse a Rodrigo que pidiera un traslado a Buenos Aires de su empresa y que empezáramos terapia para poder rearmarnos. Lo consiguió y, aunque no tiene un muy buen sueldo, eso le permitió alquilar un monoambiente. Nos vemos a escondidas de los chicos porque todavía no blanqueamos la situación con Dorotea… Tenemos temor que se enoje mucho y boicotee todo. En eso estamos ahora, viendo cómo decirle a nuestra hija que volvimos a estar juntos. Parece mentira, pero el mayor escollo que tenemos podría ser justo nuestra propia hija. Ella es muy cerrada y nunca quiso hablar del tema en la adolescencia. Cuando alguna vez, en el pasado, le pregunté si quería saber algo más de su historia, mucho antes de que Rodrigo reapareciera, me respondió que para ella había un solo papá y que se llamaba Diego”.

Juana sufre con este secreto actual en el que viven y agrega: “La verdad es que Rodrigo es el gran amor de mi vida. Yo lo pude perdonar y entender que se haya sentido atrapado en esa locura. Que no haya sabido cómo resolver lo que le pasaba. A veces a los hombres les cuesta más que a nosotras la cuestión de las emociones. Él se esmera para merecer mi amor y cuando hablamos del tema se le llenan los ojos de lágrimas. Lo desespera este limbo en el que andamos y el no haberse podido reencontrar con su hija todavía.. Lamenta el tiempo que se perdió de su infancia y adolescencia. Que sean unos desconocidos… Estamos preparando el terreno para poder hacerlo sin que haya un cisma ni lastimar a nadie. Es la meta que tenemos en terapia en los meses que se vienen”.

FUENTE: INFOBAE

 

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