Caos

Buena parte del voto a Javier Milei podría leerse como una apuesta al caos. No al propio, que en muchos casos ya estaba consolidado; sino al nuestro. Es decir, el de los votantes de Sergio Massa y de toda la dirigencia institucional que apostó al porvenir de una ilusión. Se pensó que ganando el balotaje se podía mantener el caos a raya. Pero el voto a Milei eliminó ese efecto placebo, y en sordina se sintió un grito de auxilio: ¡Ahora los queremos ver! ¡Ahora el caos es de todos!

No es que el caos no fuera común, pero muchos lo negaban o lo imaginaban más lejano de lo que en realidad estaba, como si no fuera propio o se pudiera estar a salvo por tener empleo en blanco, monotributo, ahorros, casa propia o una herencia cercana. El caos trasciende esas supuestas salvaguardas. El caos es la imprevisibilidad, la falta de referencias, la indefensión, la vaguedad, la desolidarización social, la inseguridad, la desintegración y la disfuncionalidad general, integradas a la cotidianeidad.

Los dirigentes políticos e institucionales desestimaron o desconocieron el alcance del caos y se obsesionaron con mantener de pie lo que a todas luces está agotado y resulta infructuoso. Era difícil imaginar un voto de confianza mientras crecían la incredulidad, el desconcierto, la precariedad, el abandono, la bronca y la desesperación. Sobre todo en un contexto donde lo instantáneo licúa lo histórico, donde no hay verdades rectoras, donde se vive una fuerte retracción de la palabra con fines dialógicos, donde el libre albedrío pondera utopías personales en detrimento de las colectivas, donde la argumentación es vivenciada como cháchara, donde la desmaterialización de las relaciones interpersonales dificulta la empatía efectiva con el otro, por más que se llenen formularios de Google manifestando compromiso con las víctimas o se dejen sentados los principios éticos personales en las redes sociales. Ahora todos abundamos en el caos.

Por supuesto, no podemos desestimar que hablamos de un escenario que en muchos sentidos excede a la Argentina. Tampoco podemos reducir este derrotero a desidias, culpas o negligencias personales, mucho menos institucionales. (Sobre todo cuando los depredadores de siempre son responsables directos, incentivando a Milei para que apriete el acelerador porque se benefician con el caos y porque creen —o saben— que están a salvo de su desenlace social.) Sería más apropiado hablar de una época donde se conjugan y potencian diferentes problemáticas: 1] prácticas políticas e institucionales que desde hace tiempo presentan fuertes limitaciones para comprender y abordar el caos general; 2] el desdoblamiento de la realidad en dimensiones que funcionan con lógicas diferentes y muchas veces contrapuestas; 3] un capitalismo financiero que al eliminar el contralor de los estados democráticos, escala su voracidad y profundiza el caos; 4] el progresivo desplazamiento de la propiedad privada por leasings que generan sujeciones de largo plazo; 5] transacciones comerciales sin sujeto ni víctimas visibles; 6] formatos laborales que no necesitan orden ni generan agremiación; 7] una población que —sin distinción— se adentra en la sociedad informacional a tientas, sin interlocución ni reglas claras.

Si a eso le sumamos los efectos devastadores del endeudamiento sistemático, la concentración de la riqueza y la funcionalidad de la justicia, están todos los elementos para una tormenta perfecta. La que puede sobrevenir si la esperanza que generó Milei se transforma en una nueva frustración. Y está claro que no se va a evitar si se siguen cargando las tintas sobre la dirigencia política e institucional. Frente a ese posible desenlace, no da lo mismo esperar que tomar la iniciativa.

* Fernando Peirone es Doctor en Estudios Sociales de América Latina; docente e investigador de UNPAZ y Unsam.

Falso: Javier Milei, en la apertura de sesiones 2024: “Hace 120 años la Argentina tenía uno de los 3 PBI per cápita más altos del mundo”

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