La religiosa es una de esas amistades especiales de Bergoglio que refleja quién era: vive en una caravana, ayuda a transexuales y prostitutas, y es sobrina de una antigua amiga del Pontífice desaparecida en Argentina
Una monja muy mayor y pequeñita, vivos ojos azules y con una mochila verde al hombro, ha entrado de las primeras a la basílica de San Pedro este miércoles, cuando se abrieron las puertas para entrar a dar su último saludo al papa Francisco.
Una mujer mayor, vestida con hábito sencillo, se acercó sin autorización al féretro que contenía los restos del pontífice argentino. Nadie la detuvo. No fue una escena protocolar. Fue una escena humana.
La religiosa se llama Sor Geneviève Jeanningros, tiene 81 años, y es sobrina de Léonie Duquet, una de las monjas desaparecidas durante la última dictadura militar en Argentina. Su aparición frente al cuerpo del Papa emocionó a todos. Permaneció varios minutos en silencio, en oración, con la mirada fija en el rostro del líder religioso con quien mantuvo una relación de más de cuatro décadas.
Una vida entre feriantes, personas trans y los márgenes de Roma
Sor Geneviève forma parte de las Hermanitas de Jesús, una orden religiosa que elige vivir en comunión con los sectores más excluidos. Desde hace más de medio siglo, ella eligió una vida sin privilegios, instalada en una casa rodante en las afueras de Roma, en el barrio de Ostia. Su día a día transcurre junto a feriantes, personas trans y trabajadores informales, muchos de ellos en situación de extrema vulnerabilidad.
Junto a su compañera de misión, la monja Anna Amelia Giacchetto, Sor Geneviève ofrece contención espiritual, alimentos, y escucha. No busca reconocimiento. Tampoco responde a cargos oficiales. Actúa desde la fe y desde una profunda convicción por la justicia social.
Durante la pandemia, impulsó campañas de asistencia junto al párroco de Torvaianica, Andrea Conocchia. Logró que el Vaticano enviara ayuda directa a las comunidades olvidadas. Fue un puente. Fue una voz. Fue esperanza.
Un lazo íntimo con el Papa argentino
La relación entre Sor Geneviève y Jorge Bergoglio comenzó mucho antes del pontificado. Desde sus años en Buenos Aires, el entonces arzobispo ya conocía el compromiso de esta mujer que había perdido a su tía en manos del terrorismo de Estado. Años después, ya convertido en Papa, volvió a abrirle las puertas.
Francisco le confiaba encuentros delicados. Le abría el Vaticano a colectivos invisibilizados. Le permitía que personas trans, trabajadores sexuales y feriantes ingresaran a las audiencias papales. En 2024, incluso, visitó el parque de diversiones donde viven muchas de estas personas. El gesto fue posible gracias a la insistencia de Sor Geneviève.
El Papa la llamaba “L’enfant terrible”, una forma afectuosa de reconocer su espíritu rebelde. No era una religiosa convencional. Era una mujer de frontera. Una aliada de los que sufren.
Una escena que simboliza una vida
Su gesto, al acercarse al cuerpo del Papa Francisco, no fue solo una muestra de cariño. Fue una síntesis de su historia. Fue la reafirmación de una vida entregada a los demás. Fue el cierre de un vínculo profundo entre dos personas que se encontraron en la fe, pero también en la calle, en la periferia, en la lucha.
Nadie la detuvo. Nadie la cuestionó. La dejaron estar. Porque todos entendieron que ella no irrumpía. Ella pertenecía.
Mientras el Vaticano se despedía de uno de los papas más disruptivos de la historia, Sor Geneviève hizo lo que hace desde hace más de medio siglo: acercarse sin miedo a los lugares donde no siempre la esperan, pero donde siempre hace falta.