A 72 AÑOS DE SU PASO A LA INMORTALIDAD: “El alma de Evita vive en el corazón del pueblo”

El 9 de enero de 1950, mientras inauguraba el nuevo local del Sindicato de Conductores de Taxis, Evita se desmayó. Poco después, los médicos le diagnosticaban cáncer de útero. A partir de ese momento, empezó un largo padecimiento. El 26 de julio de 1952, a las 20.25, Evita dejaba este mundo.

Evita despertó las peores reacciones de una parte de la sociedad argentina. Ella era intempestiva, pasional, luchadora, y los odios que generó fueron de igual intensidad. “Viva el cáncer”, llegó a leerse en algunos muros de la aristocracia porteña.

Evita falleció por un cáncer de cuello uterino, el 26 de julio de 1952, con tan sólo 33 años, se había convertido en la mujer más influyente del país. Tras su muerte recibió honores oficiales, siendo velada en el Congreso de la Nación y en la Confederación General del Trabajo (CGT), en un evento multitudinario nunca antes visto en el país.

Su cuerpo fue embalsamado y ubicado en la CGT, pero la dictadura cívico-militar autodenominada “Revolución Libertadora” secuestró y profanó su cadáver en 1955, durante la noche del 22 de noviembre de 1955, por órdenes directas del dictador Pedro Eugenio Aramburu, un comando al mando del Tte. Cnel. Carlos de Moori Koenig, jefe de hecho del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), entró por la fuerza en el edificio de la CGT, derribó el busto de Evita que se encontraba en el primer piso y con armas forzaron la puerta de la capilla del segundo piso. Allí quemaron las banderas argentinas dispuestas sobre el cadáver y orinaron sobre el mismo, antes de llevárselo. Durante tres días, el cuerpo recorrió diferentes puntos de la ciudad, a fin de no levantar sospechas, dentro de un camión. El 23 de abril de 1957 el cadáver fue trasladado en secreto en el barco Conte Biancamano a Génova (Italia) en un ataúd que se explicaba pertenecía a una mujer llamada María Maggi de Magistris y fue enterrado bajo ese nombre en la tumba 41 del campo 86 del Cementerio Mayor de Milán, ocultándolo así por dieciséis años.

En 1970 la organización guerrillera Montoneros secuestró a Aramburu, exigiendo entre otras cosas la aparición del cuerpo de Evita, en septiembre de 1971, el Gral. Lanusse, dictador por entonces de nuestro país, le ordenó al Cnel. Cabanillas organizar el “Operativo Retorno”. El cuerpo de Evita fue entonces desenterrado de la tumba clandestina en Milán y devuelto a Perón en Puerta de Hierro (Madrid). En tal acción participó el brigadier Jorge Rojas Silveyra, embajador argentino en España. Al cadáver le faltaba un dedo que le fue cortado intencionalmente y presentaba un leve aplastamiento de la nariz.

El 17 de noviembre de 1974 la Presidenta María Estela Martínez de Perón trajo el cuerpo de Evita a la Argentina, y lo ubicó en la quinta presidencial de Olivos. El gobierno comenzó a proyectar el Altar de la Patria, un gran mausoleo que albergaría los restos de Juan Perón, Eva Duarte de Perón, y todos los próceres de la Argentina, como símbolo de unión del país.

En 1976 la dictadura militar que tomó el poder el 24 de marzo le entregó el cuerpo a la familia Duarte, que dispuso que fuera enterrada en la bóveda que su familia posee en el Cementerio de la Recoleta de Buenos Aires, donde se encuentra desde entonces.

A 72 años de su paso a la inmortalidad, el alma de Evita vive en el corazón del pueblo, aquel pueblo al que supo escuchar, atender y abrazar. Con su activa participación, dejó un legado a la patria de una inigualable tarea de justicia social y el de su inquebrantable compromiso por el bienestar de los desposeídos, sus “descamisados”, sobre todo, en la lucha contra la dependencia y la injusticia social.

Sebastián García

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